Estas fiestas tienen un regustillo triste y tenso: se discute, se recuerda a quienes faltan… y, aún así, tienen su parte festiva y de celebración, con la alegría de vernos y la manifestación de querernos y cuidarnos, de hacernos felices unos a otros. Este año cuesta más ver esta parte, porque hay quien comerá sobras de las comilonas, pero esta vez encontradas en la basura y porque el reencuentro de las familias implica en muchos casos el regreso, si se puede, de quien ha emigrado a buscar futuro. Y lo vendan como lo vendan las multinacionales, eso no es una buena noticia. Y porque este año ha sido particularmente evidente el retroceso social, en todos los aspectos. Por eso, y por un ateísmo galopante, necesito encontrar un sentido a estas fiestas… y en verdad lo encuentro y lo consigo disfrutar, y por eso lo comparto.
Desde sus orígenes más remotos, en estas fechas lo que se celebra es el solsticio de invierno: el momento del año en el que la luz vence a la oscuridad, una celebración pagana vinculada a la agricultura, a la relación del ser humano con su entorno. A lo largo de la Historia, las diferentes culturas han ido adaptando esta celebración a su propia cosmogonía, normalmente con la simbolización del nacimiento de un dios que vence a la oscuridad reinante. Se celebra que la vida son ciclos, y que después de los periodos más oscuros y más fríos, el mundo vuelve a tener luz, la primavera se acerca y la vida se abre camino.
Y eso es mucho que celebrar, porque en la noche más oscura y con la depresión generalizada que se respira en el ambiente, necesitamos recordar que la vida sigue. Y necesitamos cuidarnos, compartir nuestra comida como tribu que somos, ofrecernos calor en el invierno y cuidar de nuestros cachorros que son la esperanza de la especie. Es tribal y cuestión de supervivencia. Y es motor de cambio, para tomar fuerzas y seguir resistiendo.
Estamos viendo la noche más fría y lo duro que es vivir en un invierno de desigualdad inaceptable, de emigración forzada, de personas de la tribu que duermen al raso en el frío y que morirán por ello, o por no tener asistencia siendo acianos y dependientes, obligados a vivir en la miseria para mantener el statu quo de otros, o que son devueltos a un hábitat más hostil aún que el nuestro. Y si no queremos eso, hemos de trabajar para que cambie el ciclo.
Porque los ciclos cambian y somos nosotros mismos quienes lo hacemos posible. Y eso sí que ha de recordarse y celebrarse. Coger fuerzas y trabajar para que cambie. Porque se puede y no necesitamos pedir permiso de quien no quiere que sea así para hacerlo posible.
Por eso, feliz Navidad, feliz Solsticio o lo que sea que celebréis.
Abrazos
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