Reconozco que cuando voy por la calle y veo grupos de adolescentes con la mascarilla por la barbilla me pongo negra. O con la nariz fuera. O de collar. O en el codo. Hay múltiples formas tontunas de llevar una mascarilla. También hay adultos y mayores que lo hacen, sí. No es por estigmatizar. Qué va. Pero los corrillos que veo yo en los parques, o por la calle son principalmente adolescentes. Y no es algo que sólo pase aquí.
Mi primera reacción es la de mirarles fatal e icluso, de hablarles como madre aleccionadora o como abuela cascarrabias, según el día y mi nivel de estrés después de conseguir que mi hija de 5 años la lleve correctamente. Sin embargo, luego lo pienso y me digo: es lo que hay, es que su cerebro va así.
Pasa que nuestro cerebro tiene una parte fundamental, la corteza prefrontal, que es la que más nos diferencia de otros animales, la que más desarrollo alcanza en la especie humana. En la imagen se ve clara esta comparación:
Esta parte de la corteza cerebral se dedica a hacer las tareas más complejas, más desarrolladas evolutivamente. Así en resumen y por lo que nos interesa para el caso, entre otras cosas se dedica al control de impulsos, a la toma de decisiones, a la adaptación de la conducta social, a la evaluación de riesgos… Adaptar nuestra conducta al entorno es fundamental para sobrevivir, por lo que nuestro cerebro va aprendiendo a hacer eso a lo largo del desarrollo. Para eso necesitamos evaluar los premios y castigos, las amenazas (biológicas y sociales, igual da, ambientales al fin y al cabo).
Y pasa que nuestra especie es social. Nos necesitamos para sobrevivir, es parte de nuestro proceso de adaptación como especie. Y hay una etapa en la vida en la que nuestro cerebro se dedica a eso, a encajar en el grupo, como si no hubiera un mañana: la adolescencia.
Nuestro cerebro, con eso de estar tan desarrollado con respecto de otras especies, tiene una pega: nacemos cruditos. Y nos cuesta años, muchos, el tenerlo completamente desarrollado. Una de las cosas fundamentales que ocurre es la mielinización, el establecimiento de autopistas de comunicación entre zonas del cerebro más usadas donde antes había carreteras de cabras de aquí para allá. Y la mielinización no se da en todo el cerebro a la vez, sino que va por zonas, según lo antes o después que maduran. Primero, regiones sensitivas, relacionadas con los sentidos, y motoras, al perfeccionar el movimiento, y sólo más tarde las regiones de asociación y ejecutivas, las más avanzadas. Así, la última zona que madura es la corteza prefrontal, especialmente a partir de la pubertad y durante la adolescencia. Este patrón está escrito en su genoma, y puede ser influido por las condiciones ambientales (epigenéticas) así que no tienen la culpa del todo y esto último da esperanza.
Todo el mundo sabe que el cerebro de los niños y niñas está en desarrollo. Pero no sólo eso, sino que su mielinización y maduración continúa durante la adolescencia, e incluso la mielinización puede aumentar hasta los 40-50 años, y luego decae progresivamente (de aquí que no sólo los adolescentes lleven la nariz fuera).
Mientras tanto, su circuito de la recompensa, el que lleva a buscar el placer, está hiperactivo en esta estapa. Estos dos procesos a la vez (el cerebro buscando premios + una corteza prefrontal a medio cocer) son una bomba de relojería que hace que los adolescentes (así en general) sean más propensos a conductas de riesgo, especialmente si conllevan una recomensa inmediata y preocuparse más por encajar en su propio grupo social que en el mundo exterior, aunque eso implique ponerse en riesgo a sí mismos o al resto. La toma de decisiones en la adolescencia, por tanto, se guía especialmente por factores emocionales y sociales. Por eso es más fácil que no lleven la mascarilla si van en grupo, como se ve en la gráfica:
Razones objetivas para llevar mascarilla las hay: estamos en medio de una pandemia de un virus respiratorio que se transmite a través de aerosoles que expulsamos por la boca y la nariz. Las mascarillas higiénicas y quirúrgicas hacen que eliminemos menos, es decir, protegen al resto de la humanidad de nuestros fluídos. Las FFP2 protegen a quien las lleva. Las mascarillas en la barbilla no hacen absolutamente nada más que molestar a quien las lleva y poner en riesgo a quien las lleva y a los demás.
Motivos emocionales, también los hay: a día de hoy, han muerto ya casi un millón personas en el mundo (924.610 vidas), la mayoría ancianas. Si esto, por ser cifras, no es emocional, quizás puedan pensar en ponerse la mascarilla si no piensan que con ello no sólo se protegen a sí mismos, que es lo de menos porque objetivamente no son grupo de riesgo, sino que además eso puede evitar que mueran sus padres, madres, abuelas y abuelos, o los de sus colegas. O que el hecho de ponerse una mascarilla haga que el personal sanitario que se deja la piel tenga un poco de respiro. O que las niñas y niños que han estado encerrados sin ver a iguales puedan volver a la escuela con seguridad. No sé, para mí esto es suficientemente emocional como para mover a un cerebro a aguantar una pieza de tela un rato. Pero ya estoy mayor, igual es eso.
Otra cosa que tiene el cerebro adolescente es que les lleva a conductas heroicas y solidarias. Más del 10% (1 de cada 10) practican voluntariados de diferentes tipos, sobretodo social y educativo . Ésas actitudes son las que se deberían potenciar ahora, porque están ahí. El mejor voluntariado social y educativo ahora mismo es conseguir que los colegas se pongan la mascarilla como toca, especialmente cuando estén en grupos, por el bien de la Humanidad así en general y de sus familias (y las nuestras) en particular. Igual el encontrar su lugar en el mundo, ahora pase por ayudar a poner freno a una pandemia.
Las experiencias negativas o traumáticas durante la infancia y la adolescencia pueden incluso condicionar la aparición de enfermedades mentales. Y una pandemia y un confinamiento no se quedan cortas como experiencias negativas. La prevalencia de trastornos de ansiedad y depresión es alta entre adolescentes. Mientras que en niños la prevalencia de depresión es entre 3-5 %, a partir de la pubertad la prevalencia aumenta hasta un 10-20 %, hasta el punto de que, al final de la adolescencia, 1 de cada 5 jóvenes ha tenido algún episodio de depresión. Esta experiencia está siendo dura para todas y todos, pero hemos de darnos cuenta de que, pese a las actitudes frívolas, no puede estar pasando de largo por sus cerebros. La deprivación social es muy dura a esas edades. Y les pasará factura. Tengámoslo en cuenta también cuando nos pongan negras sus actitudes. Y un aplauso por quienes lo están haciendo bien pese a la presión de grupo.
Este post ha sido publicado en la web de divulgación TheConversation.